El sol nos ha dejado hace tiempo y no pareciera tener mucha prisa en volver. Aquella luz se siente como un recuerdo distante, casi siempre borroso. Tal vez aquello que nos impide recordar el sol es esta lluvia incesante que nos acompaña con frecuencia al salir y en muchas otras ocasiones, también nos sorprende inundando nuestro interior. Estos meses se han vivido fundamentalmente en la oscuridad, confinados en nuestras cuatro paredes, que en estos tiempos, han pasado de ser simplemente nuestro hogar a ser también nuestro lugar de trabajo, guardería, restaurante 24 horas y en muchos casos, campo de batalla, ya sea por los conflictos cotidianos que de manera casi inevitable surgen con quienes nos acompañan en este viaje así como también, aquellos a los que enfrentamos con nosotros mismos. No es un tiempo sencillo para nadie, eso es claro, y se percibe al salir a las calles, al verlas prácticamente vacías, incluso abandonadas. La ciudad sigue en el caos, mientras que en contraste la naturaleza permanece siempre digna y bella, aún en medio de la tempestad. Y es tal vez ahí, en el hecho de dirigir nuestra mirada hacia la naturaleza, que pudiera surgir algo de esperanza en nosotros. La clave está, tal vez, en aprender a mantenernos serenos en nuestro interior, a pesar de los retos a los que nos podamos enfrentar.
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